Dragón de fuego

"Soy un fuego inextinguible,
el centro de toda energía,
El corazón firme y heroico.
Soy la verdad y la luz,
En mi imperio abarco el poder y la gloria.
Mi presencia
Dispersa las nubes oscuras.
Y soy el elegido
Para dominar a los Hados".


SOY EL DRAGÓN







martes, 14 de septiembre de 2010

El fin del mundo y el despiadado mundo del país de las maravillas


Es extraño –dije-. Yo aún tengo corazón y, sin embargo, a veces lo pierdo de vista. No. Mejor dicho, posiblemente está siempre perdido y sólo en ocasiones lo recobro. A pesar de eso, tengo la certeza de que volverá, en un momento u otro, y esta certeza es la que, en definitiva, vertebra y sostiene mi existencia. Por eso me cuesta tanto imaginar qué significa perder el corazón. ( … ) - Pero tú, ¿sabes?, tú me interesas mucho. - ¿Yo? ¿Y por qué? - Es que pareces tan cansado. Pero a ti el cansancio parece darte una especie de energía. Y eso, ¿sabes?, no acabo de entenderlo. No te pareces a ninguna de las personas que conozco. Mi abuelo jamás está cansado, y yo tampoco. Oye, ¿estás cansado de verdad? - Sí, estoy muy cansado –dije. Tanto que, aun repitiéndolo veinte veces, me quedaba corto. - ¿Y cómo es eso? Me refiero a qué se siente cuando uno está cansado –quiso saber la muchacha. - Pues gran parte de las emociones van haciéndose más y más confusas. Sientes lástima de ti mismo y te enfadas con los demás, sientes lástima de los demás y te enfadas contigo mismo…, en fin, esas cosas. - No acabo de entenderlo. - Al final, acabar por no comprender nada de nada. Igual que una peonza pintada de diversos colores. Cuantos más deprisa gira, más difícil es distinguir cada uno de los colores, hasta que a confusión es total. - Parece interesante-dijo la muchacha gorda-. Veo que dominas muy ben el tema. - En efecto – dije. Este agotamiento va carcomiendo la vida, o que brota del mismo corazón de la vida, podría explicarlo yo de cien maneras distintas. Ésta debía de ser otra de las cosas que no enseñaban en la escuela. ( … ) Antes de salir, eché una mirada circular a la estancia. Ofrecía una imagen similar a la de un punto de recogida de trastos viejos. En la vida siempre sucede lo mismo. Para construir algo se requiere mucho tiempo, pero basta un instante para destruirlo todo. Dentro de aquellas tres pequeñas habitaciones había llevado una vida algo cansada, cierto, pero también satisfactoria. Y todo se había esfumado, como la neblina matinal, en el tiempo que se tarda en abrir dos latas de cerveza. Mi trabajo, mi whisky, mi paz, mi soledad, mi colección de obras de Somerset Maugham y de películas de John Ford: todo se había convertido en un montón de basura sin sentido. “… del esplendor en la hierba y de la gloria de las flores…”, recité para mis adentros. Alargué la mano, bajé la palanca del conmutador y corté la electricidad de toda la casa. ( … ) “¿Y qué había perdido yo?”, me pregunté, rascándome la cabeza. Sin duda alguna, había perdido muchas cosas. Si las hubiera apuntado todas en una libreta, posiblemente habría llenado un cuaderno entero de la universidad. Había sufrido mucho la pérdida de alguna de ellas a pesar de que, en el momento en que las perdí, creí que no importaba demasiado, pero con otras me había sucedido lo contrario. Había ido perdiendo diversas cosas, diversas personas, diversos sentimientos. En el bolsillo de un abrigo que simbolizara mi existencia, se había abierto un agujero fatal que ningún hilo ni ninguna aguja podrían coser. En este sentido, si alguien hubiera abierto la ventana de mi piso, se hubiese asomado dentro y me hubiese gritado: “¡Tu vida es un completo cero!”, yo no habría tenido ningún argumento en contra que esgrimir. Sin embargo, si hubiera podido volver atrás, me daba la sensación de que habría reproducido una vida idéntica a la que había llevado. Porque ésta-esta vida llena de pérdidas- era yo. Era el único camino que tenía de ser yo mismo. Por más personas que me hubiesen abandonado a mí, por más personas a las que hubiese abandonado yo, por más bellos sentimientos, magníficas cualidades y sueños que hubiese perdido, yo únicamente podía ser yo. ( … ) Hubiese querido deshacerme en lágrimas, pero no podía llorar. Era demasiado mayor para hacerlo, había tenido demasiadas experiencias en mi vida. En este mundo existe un tipo de tristeza que no te permite verter lágrimas. es una de esas cosas que no puedes explicar a nadie y, aunque pudieras, nadie te comprendería. Y esa tristeza, sin cambiar de forma, va acumulándose en silencio en tu corazón como la nieve durante una noche sin viento. Cuando era más joven, había intentado alguna vez traducirla en palabras. Pero por más que me había esforzado en buscar las palabras adecuadas, no había conseguido comunicársela a nadie, ni siquiera a mí mismo, y había dejado de intentarlo. De modo que había bloqueado las palabras, había bloqueado mi corazón. La tristeza, cuando es tan profunda, no siquiera permite metamorfosearse en lágrimas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Vía libre para circular por esta autopista hacia el Cielo