Dragón de fuego

"Soy un fuego inextinguible,
el centro de toda energía,
El corazón firme y heroico.
Soy la verdad y la luz,
En mi imperio abarco el poder y la gloria.
Mi presencia
Dispersa las nubes oscuras.
Y soy el elegido
Para dominar a los Hados".


SOY EL DRAGÓN







miércoles, 26 de enero de 2011

La moldeadora gris.



Cuando conoció a su marido, pensó que sería fácil moldearlo como a ella se le antojase, venía roto de una relación anterior, al parecer muy tormentosa, pero por mucho que intentase sonsacarle, él nunca le contaba nada. Ni siquiera afirmaba o negaba que fuera cierto que mantuvo una relación anterior,  eso hubo de indagarlo ella por otras vías, preguntando a los padres de él, a sus hermanos. La que más información le dió fue la madre, sus hermanos no parecían dispuestos a hacer buenas migas con ella, seguramente preferían a la triste, la que se sometía a su voluntad sin hacer preguntas, pues bien, eso se había terminado, él necesitaba que le metieran en cintura y ella iba a tomar las riendas de su vida.

Durante un tiempo, su relación fue gris, ni especialmente buena, ni mala, él se dejaba llevar, y ella hacia y deshacía a su antojo. El sexo era normal, más bien mecánico, pero se alegraba de que no la molestase mucho ni pidiese cosas raras, para ella el sexo era un trámite más para conseguir sus objetivos, lo único que quería era salir de la casa materna. Su padre falleció cuando era una niña, y su madre lo superó con un desfile de amantes que entraban y salían de casa impidiendo una vida familiar tranquila y normal. Nunca pudo invitar a sus amigas a estudiar, a jugar o a merendar, puesto que no sabía que se podía encontrar al volver a casa. En más de una ocasión, había visto a los amantes de su madre desnudos, quizá fuera por eso que no sintiera adoración por el sexo, había llegado a aborrecer los gemidos, los jadeos noche tras noche, ella jamás emitía ruido alguno cuando copulaba, a veces llegaba a morderse la lengua para poder reprimirse hasta sangrar.

Así, navegando en un océano gris, y en corto periodo de tiempo, consiguió convencerle para que se casasen. Fue una ceremonia íntima, reducida, con un viaje de novios aplazado por tiempo indefinido. Sin grandes estridencias, pasó el gran día, ni siquiera tuvieron noche de bodas, estaba tan, tan cansada con todo el ajetreo...

Su marido a veces viajaba por trabajo, estaba fuera un par de noches, entonces aprovechaba para campar a sus anchas en casa, le gustaban esos días porque podía meterse en la cama y no salir hasta la mañana siguiente, no se veía obligada a cumplir con sus obligaciones, no tenía que limpiar, no tenía que cocinar, todo podía esperar. En uno de esos viajes algo cambió, se dió cuenta en cuanto entró por la puerta, la resignación había desaparecido de su mirada, el brillo de sus ojos se había tornado apasionado, no conocía la nueva mueca de su rostro, un gesto de satisfacción, de haber conseguido un sueño imposible, de felicidad descontrolada. Ella tembló, sintió que su vida matrimonial se desmoronaba por momentos, pero mantuvo la calma e intentó interrogarle. Él aludió a lo estupendamente que iban los negocios, y para aplacar sus miedos, la abrazó, fue entonces cuando percibió el aroma, fragancia de tristeza, estaba rociado por completo, su cabellos, su cuello, las ropas, sus manos, aquel olor había poseído a su marido y cayó en la cuenta, habían estado juntos.

Diez años, tuvo que soportar que aquellos dos copulasen como animales, diez años. No era sólo que quedaban en cualquier motel de carretera, les había espiado en numerosas ocasiones, además tenían cibersexo, se llamaban a todas horas, y todo ocurría delante de sus narices. Cuando se enfadaban, se lo reprochaba pero él lo negaba, una y mil veces. La parte positiva del asunto es que su marido ya no acudía a ella para hacer el amor, la triste parecía tenerle bastante satisfecho, con lo cual podía dormir a pierna suelta, sabía que jamás le pondría una mano encima. La parte negativa era que su orgullo de mujer menguaba día a día, había temporadas que estaba a ras del suelo, en estas temporadas se dedicaba a espiarles. Le daban muchas facilidades, en los moteles de carretera era relativamente fácil mirar a través de las ventanas porque están a pie de calle y por las partes traseras nunca hay nadie. Le sorprendía la agresividad con que se entregaban el uno al otro, jamás vió a su madre realizar el acto con semejante fiereza, no sabía de donde sacaba la triste las fuerzas, puesto que daba la impresión de romperse de un momento a otro, y él, él parecía hipnotizado por su mirada, a ella nunca la miró asi.

Comenzó a sentirse sola, y planeó ser madre, lo haría con él o sin él, no importaba mucho, un polvo rápido puede encontrarse en cualquier esquina, en cualquier bar, y como no rendía cuentas a nadie de cuando entraba o salía de casa, todo era muy sencillo. Una noche, decidió dar el paso y tocar a su marido, le acarició el pene, sorprendentemente hubo una reacción positiva, asi que no esperó a nada, se montó sobre él y llevó a cabo sus planes. No estaba segura que de una sola vez pudiera quedar embarazada, ya tenía cierta edad, asi, la noche siguiente, que su marido estaba de "viaje", salió y mantuvo relaciones con tres hombres distintos, alguno tenía que dar en la diana.

Quedó encinta, en cuanto se enteró corrió a comunicarselo a su marido, pensó que esto le haría alejarse de la triste y ya sólo quedarían los tres, en el fondo era un buen hombre, asi que no tenía dudas de que también sería un buen padre. Él no se alegró, se hundió en el sillón durante unos instantes, apesadumbrado, ¿sería posible que también en este momento estuviese pensando en ella?, a los diez minutos cogió el móvil, y acto seguido salió de casa como alma que lleva el diablo. Sabía que iba a contarle todo, ese momento de satisfacción personal no podía perdérselo, había ganado, la triste no le dió nada más que sexo, y ella iba a darle un hijo sin apenas haber tenido sexo.

No podía creer lo que estaba viendo, habían charlado un rato, ella no cambió la expresión del rostro sin embargo lo estaba poseyendo como si fuera una pantera comíéndose a un ratón, nunca había sentido miedo cuando les observaba, asco, odio, pero nunca miedo. Esta vez estaba aterrorizada, algo era distinto, por primera vez en diez años sintió lástima de su marido, incluso tuvo la tentación de entrar a buscarlo, de salvarle de las garras de aquella depredadora, cuando casi estaba decidida, un chorro de sangre salpicó el cristal de la ventana, lo estaba engullendo, y no podía hacer nada para evitarlo.

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