Dragón de fuego

"Soy un fuego inextinguible,
el centro de toda energía,
El corazón firme y heroico.
Soy la verdad y la luz,
En mi imperio abarco el poder y la gloria.
Mi presencia
Dispersa las nubes oscuras.
Y soy el elegido
Para dominar a los Hados".


SOY EL DRAGÓN







domingo, 12 de diciembre de 2010

La princesa prisionera

Había una vez una princesa, morena, agitanada, de largos cabellos ondulados, ojos almendrados intensos como la noche, prisionera en su torreón por una maldición. La joven sólo podía asomarse a su ventana, ese, era su único ángulo para contemplar el mundo y ver la vida pasar. En sus aposentos, poseía muchos libros, una cocina diminuta pero preciosa, en la que podía poner en práctica su amor por los fogones, tapices hermosos que bordar, diferentes actividades que la mantenían ocupada durante todo el día evitando asi el tedio.

Cierta noche, se hallaba asomada a la ventana contemplando las estrellas del único trozo de firmamento que para ella estaba disponible, vislumbró a lo lejos, entrando en el jardín que se hallaba en palacio, un joven, parecía perdido, puesto que miraba hacia todos los lados con sorpresa y desorientado. Ella permaneció en silencio, sin moverse ni un ápice, observando cada uno de los movimientos del joven, que tan apuesto parecía. La luna, que se apiadó de la soledad de la princesa, emitió un intenso reflejo en sus cabellos negros y cual espejo haciendo señales, atrajo la mirada del joven hacía la ventana donde se hallaba prisionera. Se acercó hacia ella, y se colocó justo debajo. No se distinguían muy bien, pero no podían dejar de observarse.

La distancia entre ellos era considerable, no podían comunicarse verbalmente, asi que al joven, que venía acompañado por su paloma mensajera, se le ocurrió escribir unas letras a la princesa. Letras, que llegaron profundamente al corazón de ésta, puesto que apenas tenía contacto con nadie y no estaba acostumbrada a despertar el interés del sexo opuesto. Ella cogió un papel y contestó de la forma más correcta que supo al joven, para no darle a entender su turbación y lanzó de vuelta a la paloma. Asi pasaron la noche, mandándose mensajes sin cesar. Cuando llegó el alba, el joven tuvo que partir raudo y veloz pues asuntos urgentes le esperaban para ser atendidos.

La princesa pasó el día releyendo las palabras del joven, una y otra vez, deseando que esa noche se repitiese la historia. Casi no pudo comer, ni concentrarse en sus tareas, se pasó el día peinando su cabello, acicalando su rostro, buscando el vestido adecuado, a pesar de que era consciente de que él, apenas podía verla. Llegó la noche y el joven como era de esperar, allí estaba, apostado tras un arbusto, esperando a que la princesa se asomase a la ventana, comenzaron a escribirse bellas palabras y enamorarse poco a poco, noche tras noche.

Tantas noches pasaron carteándose que sus corazones inflamados necesitaban acariciarse, sentir el calor del otro en sus brazos, probar la miel de sus labios, pero la princesa no podía salir del torreón. Trazaron miles de planes, el joven intentó en vano trepar por el torreón, pero nada dió resultado, tenían que conformarse con las letras que amorosamente se enviaban y su imagen distorsionada por la distancia.

Cansada la luna, que ya se apiadó en una ocasión de su soledad, de escuchar los llantos de la princesa, una noche, tejió con sus rayos una escalera que permitiese al joven subir hasta los aposentos de la prisionera. Cuando el joven estuvo frente a ella, la encontró dolorosamente bella, y no pudo articular palabra. Ella sintió lo mismo, le temblaron las piernas y para no derrumbarse se arrojó a los brazos de él. Asi, sin mediar palabra, se amaron toda la noche, intensamente, calmando las ansias que les habían consumido tantas noches de separación forzada.

Cuando llegó el alba y el joven fue obligado por la luna a abandonar a su amada, lo hizo entre lágrimas, abrasado por un amor tan fuerte que le dolía el alma al saber que no podría volver a sentir el tacto de su suave piel aceitunada. La prisionera, sabedora de que aquella era la única vez en que el joven podría acceder a sus aposentos, decidió dormir para siempre con el sabor de su amado en su boca, con sus caricias vistiendo su cuerpo. Tomó el licor que tenía para espantar a las ratas que se acercaban a su cocina, se acostó y arrullada por los recuerdos del joven que le había devuelto a la vida, durmió eternamente junto a su recuerdo.

La luna fue la encargada de dar la noticia al joven, que cegado por la aflicción de haber perdido a su princesa, corrió a su tumba y se clavó su espada sobre ella, regando con su sangre los restos de la joven, uniendo sus cuerpos y sus almas para siempre.

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