Ella llegó primero, quería que fuese un encuentro perfecto. Rodeó la habitación de aquel hotel con velas aromáticas, de canela, por aquello de que potencia el deseo quizá. Filtros anarajados para las luces, música sensual de fondo. Aquel habitáculo de 4x4 estaba listo para acogerles en su seno y ofrecer su comodidad a su amor.
Cuando él llamó a la puerta y ella abrió, no se dijeron nada, una mirada intensa seguida de un beso apasionado y un paseo abrazados hacia la cama. Dos pares de manos descubriéndose por primera vez, investigando un cuerpo desconocido que atrapa dos almas que se atraen como imanes.
Él sentado al borde de la cama, temeroso de resultar demasiado apasionado, ella más ansiosa, sentada a horcajadas sobre él, derramando besos y sutiles mordiscos por su cuello y hombros, acercándose y provocando un contacto, leve pero intenso en sus entrepiernas, avivando el deseo y la urgencia. Él poco a poco la desnuda, hundiendo su cabeza entre sus pechos, saboreándolos, mordiendo hasta conseguir el punto justo de dolor placentero, ella, echa la cabeza hacia atrás y jadea, apretando entre sus manos la cabeza de aquel que la colma de placeres, intensificando ese contacto de entrepiernas.
Superada la timidez inicial, ambos terminan de despojarse de sus ropas y toman la cama, como campo de batalla, ella cubre todo su cuerpo de lametazos, besos y dientes que van y vienen, apurando cada poro, hambrientos, tomando entre los labios el mastil que controla sus placeres para guardar dentro todos y cada uno de sus sabores.
Ahora es él quien toma la iniciativa, acaricia su monte de venus y siente su calor, su humedad y sus ganas a punto de estallar, su mastil iza velas y surca los mares dentro de ella, se sienten en el paraíso, llega el éxtasis, y nuevamente, ella se despierta sola, con la mano perdida en los mares donde no llega su marinero.....
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